Las contracturas de mis hombros cada vez se hacían más y más gordas, ya no era capaz de aguantar todo lo que me llegaba, ni ser el apoyo de los que estaban a mi alrededor. Necesitaba un descanso, estaba frágil, tenía que reponer fuerzas para poder seguir iluminando mi rostro con una sonrisa.
Volví a las alpujarras; tierra de sosiego y tranquilidad; de luz cegadora y aire limpio.
Volví porque la primera vez que llegué me sentí a gusto, a gusto con el silencio, con esa luz penetrante y ese cielo estrellado. Y volveré, porque me he enamorado de esa zona de Andalucía, de esos pueblos blancos en los que el tiempo se detuvo hace muchos, muchos años, donde no existen las prisas (aunque te esté dando un ataque de alergia en medio de la nada y no haya médico), donde el tiempo tiene espacio.
Esta vez estuvimos por la zona más turística: Trevélez y alrededor, aunque nos quedabamos en un encantador hotelito de una aldea de la Taha de Pitres. Me gustaron más los pueblos que vi la primera vez que estuve allí: Bubión, Pitres, Capileira, Campaneira.
A ritmo de Nino Bravo nos sentíamos "libres"; ibamos de pueblo en pueblo con el gran naranjita observando y disfrutando de los maravillosos paisajes: mantos blancos cubrian las laderas; no era nieve, eran los almendros en flor; un espectáculo de la naturaleza que supera cualquier ficción.
El olor a naturaleza viva, todo verde, inundaba cualquier lugar.
Por la noche, la luna llena iluminaba todo el valle, una claridad que quedó apagada con el eclipse de luna completo que pudimos disfrutar; nunca, nunca había podido contemplar un cielo tan estrellado, ni tan hermoso; una estrella fugaz apareció para dar el toque final.
Llegué, llegamos, hechos polvos, estábamos cansados de tanto ajetreo, de tanta prisa por todo; volvimos con las pilas cargadas, dispuestos a enfrentarnos a todo.
Gracias a mi compi de viaje, que consiguió arrancarme muchas, muchas risas y con el que viajar es todo un placer, porque lo hace todo fácil.